CRISTO: Hijo, voy ahora a
enseñarte el camino de la paz y de la libertad verdadera.
El DISCÍPULO: Haz lo que dices,
Señor, con gusto te escucho.
CRISTO: Procura, hijo mío hacer
la voluntad ajena más bien que la propia.
Elige siempre tener menos, más bien
que más.
Busca siempre el lugar más bajo y
estar debajo de todos.
Desea siempre y pide siempre que la
voluntad de Dios se cumpla en ti perfectamente.
Mira, un hombre así entró ya en el
reino de la paz y del reposo.
EL DISCÍPULO: Pocas palabras,
Señor; pero ¡Cuánta perfección contienen! frases cortas, pero de
sentido profundo y abundante fruto.
Si fielmente las guardara, no me
turbaría tan fácilmente.
Porque siempre que estoy turbado y
triste, hallo no haber seguido esas máximas. Pero tú, que todo lo puedes, y
quieres siempre mi progreso espiritual, dame más copiosa gracia para seguir tus
consejos y alcanzar mi salvación.
“Señor y Dios mío, no te alejes de
mí; ven a ayudarme, Dios mío” (Sal 70. 12), porque me han asaltado pensamientos
diversos y grandes temores que angustian mi alma.
¿Cómo saldré sin heridas de este
combate? ¿Cómo los venceré?
Y tú me respondes: “Yo marcharé
delante de ti y a los arrogantes de la tierra humillaré (Is 45,2). Abriré las
puertas de esa cárcel, y secretos misteriosos te revelaré”
Señor, haz lo que me dices, y que
todos los malos pensamientos huyan ante ti.
Ésta es mi esperanza y único
consuelo: en toda tribulación refugiarme en ti; en ti poner toda mi confianza,
invocarte desde el fondo de mi corazón, esperando con paciencia hasta que me
consueles.
¡Oh, amable Jesús! Alúmbrame
con los rayos de la luz espiritual, y arroja de la morada de mi corazón todas
sus tinieblas.
Reprime mis muchas distracciones;
quebranta la furia de mis violentas tentaciones.
Señor, defiéndeme con la fuerza de
tu brazo, doma estas bestias feroces, mis pasiones que a placeres falaces me
arrastran; para que viva en paz bajo tu protección, y el santuario de mi alma,
la conciencia pura, resuene con himnos de gloria.
Manda a las tempestades y a los
vientos. Dile al mar: “Cálmate”, y al aquilón:“No soples más”, y habrá
luego gran serenidad.
“Derrama tu luz y tu verdad” (Sal
43, 3) sobre la tierra para que la alumbren, porque soy tierra estéril y
obscura cuando tú no me iluminas.
De lo alto derrama sobre mí tu
gracia. Baña de celestial rocío mi corazón. Riega con el agua del fervor la
tierra de mi espíritu para que rinda buenos y excelentes frutos.
Eleva mi alma oprimida por el peso
terrible de mis pecados. Dirige al cielo todos mis suspiros, para que
probada la dulzura celestial, me den náuseas los pensamientos terrenales.
Arrebátame, arráncame de todos los fugaces consuelos de las criaturas, porque
ninguna cosa creada puede llenar plenamente mis deseos, ni consolarme.
Úneme a ti con el lazo irrompible
del amor, porque a quien te ama le bastas tú sólo, y sin ti, todas las cosas
son vacías.
Tomás de Kempis